Padre y Señor, yo te doy gracias
por este despertar tempranero,
por la luz que alumbra el nuevo día
y el calor que me ampara.
Jesús, eres fiel amigo y compañero cercano.
Con total entrega yo te ofrezco
mi tórpido corazón, los pensamientos que me afloran,
mis manos vacías y este incompleto ser
para convertirme, a tu antojo,
en instrumento de amor.
Espíritu Santo, habítame en plenitud.
Eres manantial de gozo infinito,
refugio en la soledad
de aguas profundas y calma espera,
reposo en el cansancio, energía circundante,
refuerzo de las flaquezas, apoyo en las caídas,
implacable detonante de mi explosión interior.
Yo confío, Señor,
en tu acogedora presencia,
fuente inagotable de misericordia,
de esperanza y de paz, germen
de una alegría contenida,
vida que lleva a más vida,
amarra que no cautiva,
remedio condescendiente
del pavoroso dolor
que ahonda profundo en mi pecho
cuando noto que me alejo
y no atiendo a los detalles
de tu cadenciosa voz.
Yo quiero tenerte cerca
porque me has dado la vida, ésta,
con la que lidio a tu amparo
entre luces que no aturden,
sombras de tenue penumbra,
mi gratitud desvaída
y tu llamarada ardiente
dentro de mi corazón.
Te adoro, Máximo Amor,
compañía en mis silencios,
templo de mi confianza
y alas de la libertad
que me hacen latir profundo
cuando noto que me miras
y te acercas a mi lado
para, juntos, caminar
contentos, pues me doy cuenta
de que, ya, no hay vuelta atrás
por mucho empeño que ponga
en no dejarme llevar
por el fragor de tu abrazo
que me consuela y fascina
al saber que no te cansas,
y, aunque yo caiga una y miles,
siempre me perdonarás.
Fernando Romero Barrero