Como lamentablemente sucede con muchos españoles eminentes, Arturo Soria (1844-1920) es un gran desconocido hoy en día. Da nombre a una bonita y larga calle situada en la periferia de Madrid, de casi cinco kilómetros, que son los restos de un experimento urbanístico concebido por él mismo para la mejora de la calidad de vida de los habitantes de las características ciudades industriales de finales del siglo XIX y principios del XX. Iba a ser la puesta en práctica de un concepto urbano al que él había denominado como “Ciudad Lineal” y que a causa de distintas vicisitudes quedó finalmente incompleta e inacabada a su fallecimiento, en 1920.

Pero Arturo Soria no fue solo un afamado urbanista. A lo largo de su extensa e intensa vida desempeñó numerosas facetas que la hicieron rica y diversa. Así, entre otras variadas cosas, fue político, inventor, emprendedor de éxito y fundador de una de las primeras compañías del tranvía en Madrid, pionero de la telefonía, matemático (descubridor de varios poliedros), escritor, periodista, etc., etc.

Arturo Soria con su hija menor y sus nietos en 1912, en el jardín de su residencia en la calle Arturo Soria

En definitiva, fueron innumerables las singularidades y los rasgos personales que caracterizaron a este hombre brillante y trabajador; pero si hubiera que destacar uno por encima del resto, quizá podría ser la fascinación que le causaba todo lo nuevo. Hasta el final de sus días quiso estar al tanto de la aparición y la llegada de nuevas ideas, inventos, tendencias o formas de hacer disruptivas, y no dudó en llevar muchas de ellas a la práctica. De esta manera, Arturo Soria fue un adelantado en la introducción en nuestro país de tecnologías apenas recién descubiertas y en la prestación de servicios altamente innovadores en su momento, muchos de los cuales aún forman parte de nuestro día a día.

Plano de la Ciudad Lineal en 1930

Arturo Soria era además una persona comprometida y confiaba absolutamente en el progreso como motor de bienestar social. Hombre de gran personalidad, no dudó en alzar su voz para criticar las injusticias de la sociedad española de su tiempo, que todavía distaba mucho de preocuparse mínimamente por los más desfavorecidos. Como buen humanista, confiaba ‑quizá demasiado‑ en el progreso social y en la fuerza de la razón para acabar con el abuso de poder y el despotismo caciquil que no dudaba en perpetuarse en los resortes de poder a cualquier costa al objeto de favorecer sus intereses. Desde sus primeros planteamientos, él quiso que sus ciudades lineales fuesen modelos de integración y trató de evitar expresamente la atávica segregación zonal de las urbes tradicionales entre los más pudientes y los menos.

Arturo Soria consideraba que la instrucción era la vía de emancipación de los menos favorecidos y confiaba en el potencial de la formación para reducir las desigualdades. Consideraba fundamental el fomento de la implantación de escuelas al objeto de rebajar

las altas tasas de analfabetismo (significativamente bastante más elevadas en el caso de las mujeres) que denotaban el país atrasado que era España a principios del siglo XX.

Relacionado con esto de alguna manera, y fruto de su admiración por la cultura y el mundo clásico, Soria propuso asimismo la creación de una “Escuela Pitagórica”, una curiosa iniciativa que escapa ya del alcance de este artículo, pero que invito a descubrir, junto al resto de sus interesantísimas aventuras y propuestas, en una biografía escrita por mí sobre este admirable y reconocido personaje, aparecida recientemente bajo el título de Arturo Soria y la Ciudad Lineal. El sueño de un rebelde (Renacimiento, 2022).

 

Armando López Rodríguez

Ingeniero de Telecomunicaciones e Historiador

Padre Colegio Santísimo Sacramento